El camino bajaba y se bifurcaba,entre las ya confusas praderas”
(JL Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan,1941)
Siempre tengo mayormente en mi pensamiento la palabra “esperanza” y “soledad”, y sin embargo, se me olvida confesar que la que quizá mas todos compartamos sea la “incertidumbre”.
Si certeza y certidumbre (según el Diccionario de la RAE) es “conocimiento seguro y claro de algo”, la incertidumbre es la “falta de certeza o certidumbre”. La incertidumbre se corresponde con la situación que describe la palabra griega amphibolía (compuesta de amphi, “a ambos lados” y ballo, “yo echo”) en la que alguien que camina por un real o teórico sendero borgiano que de pronto se bifurca, ha de decidir hacia donde dirigir sus pasos y, si no resuelve su duda, exclama: “¡no sé por donde tirar!”.
Ya sea porque no sepamos que decisión tomar ante determinadas opciones que se plantean (acrecentadas por miedo a no acertar o por inseguridad), ya sea porque no sabemos lo que otra persona siente hacia nosotros (acrecentadas por falta autoestima, cierto miedo al rechazo y/o la incapacidad de asumir la realidad apegandose al mundo imaginario donde todo está a tu gusto) o porque lo que esperamos tiene su respuesta (pero la impaciencia se encarga de sumergirnos en ella): la incertidumbre está presente tan presente en nuestra vida cotidiana como el aire que respiramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario