Nunca imaginaste que la luz de tu candil acabaría extinguiéndose. Solo aquellos que la portan tienen la seguridad suficiente para proteger su luz.
Te conocí en la noche, cuando algunos duendes sobre la pérdida de mis alas susurraban; me sentí tan perdido y confundido, que no sabía si en este mundo entre el infierno o la tierra me hallaba.
Y tu luz dilató mis pupilas hasta tal punto que creí confundirte con un ángel y pensé que era una pesadilla de la que me acababa de despertar pero que seguía en el mismo cielo del que creía que había caído y con ello perdido mis alas.
Acepté la realidad y cada noche me acercaba a ti, pues la luz de tu candil brillaba tanto como la palidez de la luna y el séquito de sus estrellas hasta la llegada del alba.
Descubrí que eras un emisario, un guardián de la noche, a los que la luna otorgaba cierto privilegio y poderes para resguardar en la tierra su magia. El universo es demasiado inmenso para el conocimiento humano y alberga más misterios que las vidas de mil hombres intercaladas.
Me sentí pequeño, mas no te envidié, porque aunque tu alumbrabas, ambos teníamos el don de reconocer magia donde otros no veían nada. Una de nuestras noches juntos te pregunté cómo lograbas mantener esa luz viva, y me dijiste que no teniendo miedo a nada, ni siquiera a la muerte, el miedo más grande que quien lo tiene, jamás la luz en el candil podría portarla.
Por unas cosas u otras, tuve que partir de tu lado, nuestros caminos tuvieron que separarse. No me crucé con ningún portador de luz y sin embargo, casi un año después, el destino o puede que la luna, para bien o para mal, intervinieron e se involucraron con su presencia.
Una de mis tantas noches sin ti, en las que caminaba por caminos de zarzas y espinas, donde mis pies sangraban como si al pisar miles de cristales rotos que no veía se me clavaban, perdí la noción del tiempo y noté que mi mano brillaba. El camino taciturno que en mis travesías nocturnas recorría, dejó de parecer tan sombrío y oscuro. Me percaté de que había un candil a un lado de mi sendero y al cogerlo, se prendió en la vela una llama.
Miré a la luna pero no me dijo nada, lo intenté de nuevo con las estrellas, y el silencio volví a tener como respuesta frustrada. Pensé en mi viejo amigo y de repente un lucero me contestó estas palabras:
-Puede que tal vez os reunáis, puede que sea hoy o sea mañana, pero él no porta ya el candil, al igual que otros, que con el tiempo no estaban igual de capacitados como el primer día que fueron elegidos para portar la llama.
-No puede ser, él mas que nadie era digno de portarla. Algo habrá de haber sucedido…
-Tu amigo empezó a temer a la muerte, porque antes si le abrazaba no perdía nada. Pero en estas ultimas noches del mes, empezó a añorarte más de lo que querría, más de lo que esperaba. Temía no haberte dicho lo que tanto necesitaba, temía irse de este mundo sin que antes te reconociera esos sentimientos que tú escucharías y entenderías cuando en palabras te hablara.
-No lo entiendo, yo tengo también miedo a la muerte, no soy digno de poder portarla.
-Pero tú aunque la temes, has sabido exteriorizar todo aquello que sentías, no te lo guardaste para dentro ni lo negabas. Ocultar, negar o reprimir sentimientos, cuando llega el final, es lo que alimenta el miedo, siendo el remordimiento su más fiel consejero. Si se presentara aquí ahora mismo la muerte y hacia ti se aproximara, en tu caso no la temerías, porque te irías de este mundo sabiendo que has hecho todo aquello que tu corazón te mandaba.
Miré a la luna pero no me dijo nada, lo intenté de nuevo con las estrellas, y el silencio volví a tener como respuesta frustrada. Pensé en mi viejo amigo y de repente un lucero me contestó estas palabras:
-Puede que tal vez os reunáis, puede que sea hoy o sea mañana, pero él no porta ya el candil, al igual que otros, que con el tiempo no estaban igual de capacitados como el primer día que fueron elegidos para portar la llama.
-No puede ser, él mas que nadie era digno de portarla. Algo habrá de haber sucedido…
-Tu amigo empezó a temer a la muerte, porque antes si le abrazaba no perdía nada. Pero en estas ultimas noches del mes, empezó a añorarte más de lo que querría, más de lo que esperaba. Temía no haberte dicho lo que tanto necesitaba, temía irse de este mundo sin que antes te reconociera esos sentimientos que tú escucharías y entenderías cuando en palabras te hablara.
-No lo entiendo, yo tengo también miedo a la muerte, no soy digno de poder portarla.
-Pero tú aunque la temes, has sabido exteriorizar todo aquello que sentías, no te lo guardaste para dentro ni lo negabas. Ocultar, negar o reprimir sentimientos, cuando llega el final, es lo que alimenta el miedo, siendo el remordimiento su más fiel consejero. Si se presentara aquí ahora mismo la muerte y hacia ti se aproximara, en tu caso no la temerías, porque te irías de este mundo sabiendo que has hecho todo aquello que tu corazón te mandaba.